El niño olvidado de Guantánamo: la triste historia de
Mohammed El-Gharani
24 de abril de 2008
Andy Worthington
Desde el pasado mes de junio, cuando Omar
Khadr, preso canadiense en Guantánamo, fue llevado por primera vez ante una
Comisión Militar -el novedoso sistema de "juicios por terrorismo"
concebido tras los atentados del 11-S-, rara vez ha dejado de ser noticia. Con
sólo 15 años en el momento de su captura, el trato a Khadr ha sido ampliamente
condenado, no sólo porque el sistema de juicios se inclina a favor de la
acusación y está facultado para aceptar pruebas secretas obtenidas mediante
tortura o coacción, sino también por su edad. Como han señalado sus abogados, "ningún
tribunal penal internacional establecido en virtud de las leyes de la guerra,
desde Nuremberg en adelante, ha procesado nunca a ex niños soldados como
criminales de guerra."
Omar Khadr no es, sin embargo, el único preso de Guantánamo que era sólo un niño cuando fue
capturado. El preso más joven de Guantánamo, Mohammed El-Gharani, que sólo
tenía 14 años cuando fue capturado en octubre de 2001, pasa casi totalmente
desapercibido. A diferencia de Omar, Mohammed es uno de los al menos 120 presos
que casi con toda seguridad nunca se enfrentarán a cargos y que, en cambio,
permanecen en Guantánamo en régimen de aislamiento severo, sin oportunidad
alguna de dar a conocer sus casos al público en general.
Sin embargo, la historia de Mohammed es una de las más tristes de la larga e injusta historia
de la prisión. Aunque nació en Arabia Saudí, sus padres son de Chad, por lo que
nunca se le concedió la ciudadanía y se le impidió tener las mismas
oportunidades que los ciudadanos saudíes. Soñaba con ser médico, pero no se le
permitió terminar la enseñanza secundaria, y se dedicaba a vender parafernalia
religiosa a los peregrinos que asistían al Hajj, cuando un amigo paquistaní le
aconsejó que viajara a Pakistán para aprender a reparar ordenadores y poder
establecer un negocio en Arabia Saudí.
Para perseguir su sueño, Mohammed visitó la embajada de Chad y exageró su edad para obtener un
pasaporte. Sólo los mayores de 18 años pueden viajar sin sus padres, así que él
declaró audazmente que tenía 20 años. Con un visado válido para tres meses en
Pakistán, cogió sus ahorros y compró un billete de avión a Karachi.
Poco después de llegar, en octubre de 2001, estaba rezando en una mezquita, cuando de repente
fue rodeada por la policía, que detuvo a todos los que estaban dentro.
Liberaron a la mayoría, pero a él lo llevaron a una prisión donde, durante 20
días, lo colgaron de las muñecas, lo suspendieron de modo que sólo la punta de
los pies tocaba el suelo y lo golpeaban si se movía.
Después lo vendieron a los estadounidenses, que ofrecían recompensas de 5.000 dólares por cabeza por
"sospechosos de Al Qaeda y los talibanes", y lo trasladaron a la
prisión estadounidense del aeropuerto de Kandahar, en Afganistán, donde, como
todos los demás presos enviados a la prisión improvisada, fue sometido a una
brutalidad sistemática.
Encerrado en un corral de alambre de espino con otros cinco prisioneros, fue golpeado durante los
interrogatorios y en varias ocasiones le arrojaron agua helada durante la
noche. Relató que un soldado en particular "me agarraba el pene con unas
tijeras y decía que me lo cortaría".
Después fue trasladado a Guantánamo, pero a diferencia de tres niños afganos (liberados en enero de
2004), que fueron recluidos por separado de la población adulta y tratados con
algo parecido al cuidado apropiado de los presos menores de edad, él nunca ha
recibido ningún trato preferente como menor y, en cambio, ha sido sometido a
torturas y abusos tan graves como casi cualquier otro preso.
Le han colgado de las muñecas en 30 ocasiones (una experiencia que describió como peor que en
Pakistán, porque sus pies ni siquiera tocaban el suelo), y también le han
sometido a un régimen de técnicas "mejoradas" para prepararle para
los interrogatorios -incluida la privación prolongada de sueño, el aislamiento
prolongado y el uso de posturas dolorosas de estrés- que constituyen claramente tortura.
En una ocasión, un escuadrón antidisturbios fuertemente blindado -la Fuerza de Reacción Inicial
(IRF, por sus siglas en inglés), utilizada para sofocar incluso las
infracciones más leves de las normas- le golpeó la cabeza contra el suelo de su
celda, rompiéndole un diente, y en otra ocasión un interrogador le apagó un
cigarrillo en el brazo.
Como consecuencia de esta violencia, ha caído en una profunda depresión y ha intentado suicidarse en
varias ocasiones, cortándose las venas, intentando ahorcarse y, en una ocasión,
corriendo de cabeza contra la pared de su celda tan fuerte como pudo.
A pesar de todo su sufrimiento, y de la falta de pruebas contra él, no se ha hecho ningún intento
de abordar el claro deterioro de su salud mental, y ha estado recluido en
algunos de los pabellones más duros de la prisión, donde los presos permanecen,
durante 22 o 23 horas al día, en sólidas celdas de metal sin ventanas y sin oportunidad
de socializar con sus compañeros.
Aunque la violencia contra él no cesa (los equipos de la IRF se abalanzan sobre él con regularidad,
debido a sus frustraciones con el régimen), es casi seguro que será puesto en
libertad si el gobierno de Chad entabla negociaciones serias con el gobierno
estadounidense. En agosto de 2007, abogados de Reprieve, la organización benéfica de
acción legal que representa a Mohammed y a otros 30 presos de Guantánamo,
visitaron Chad para reunirse con miembros de su familia y presentar su caso al
gobierno. Recibieron garantías del presidente Deby y del Ministerio de Asuntos
Exteriores de que actuarían en su nombre, pero las negociaciones parecen
haberse estancado, en parte porque el gobierno se ha visto envuelto en una
lucha muy publicitada contra las fuerzas rebeldes.
Esta semana, un representante de Reprieve visita Chad en un intento de resucitar la lucha por
la libertad de Mohammed. Lleva consigo la prueba de que, cuando se trata de
conseguir la liberación de presos, los factores más importantes son la presión
pública y las negociaciones diplomáticas. El pasado mes de diciembre, tras dos
años de evasivas por parte de los estadounidenses, el gobierno sudanés consiguió
la liberación de dos de sus ciudadanos inocentes, simplemente negándose a
rendirse. Si lo desea, el gobierno de Chad puede hacer lo mismo por el niño
olvidado de Guantánamo.
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